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15 de abril de 2008

Cuento: Juarez en Cuyutlan

Autor: Gregorio Torres Quintero



En la costa del Estado de Colima hay un pueblo llamado Cuyutlan, celebre por sus magnificas salinas y por los baños de mar que alli se toman durante los meses de marzo, abril y mayo.


Corria el año de 1858 y se iniciaba la guerra de Reforma. Juarez, que se dirigia a Manzanillo para embarcarse con rumbo a Panama y trasladarse a Veracruz, se detuvo con su comitiva en aquel pueblo ribereño.

La escolta que mandaba Iniestra infundio tal pavor a los habitantes y bañistas, que casi nadie quedo en el pueblo. El juez, que era conservador y se llamaba Antonio Ferrer, huyo atemorizado declinando el mando en otra persona. Pero la actitud tranquila de los recien llegados pronto inspiro confianza; y los fugitivos o escondidos, con excepcion de Ferrer, comenzaron a mostrarse.

La curiosidad aguijoneo hasta a los mas timidos.
- ¿ Cual es ?
- Ese.
- ¿ Ese indio tan feo ?
- Si, ese es el Presidente de la Republica.

Entretanto que los curiosos se sucedian en torno de la posada de Juarez, este y sus acompañantes politicos se entregaban al descanso en blandas hamacas, bajo la sombra de los pajizos techos, al abrigo de un sol abrasador que inflamaba las esteriles arenas de los medanos. Tajadas de sandias, mostrando los tres colores de nuestra bandera, por la que peleaban aquellos patriotas, circulaban a profusion, y su fresco jugo iba a calmar el irritante calor del viaje.

De repente, uno de aquellos personajes se pone la mano al oido, atento a un rumor extraño; ponese en pie; toma un rifle y se dirige presurosamente a la mitad de la calle; prepara el arma, apunta, oyese una detonacion...

- ¿ Que es ? - pregunto Juarez.
El cazador, por toda contestacion, señalo sonriente un loro agonizante que aleteaba sobre la caliente arena. Lo levanto triunfante mostrandolo a sus camaradas, y exclamo infantilmente:
- ¡ Es un loro de cabeza dorada !
Pero en aquel instante, por alla arriba, lejos, por los aires, se oyo un parloteo sui generis, como de multitud alegre en dia de fiesta: era una bandada de pericos que se acercaba.

Los amigos de Juarez no habian visto nunca a esas aves en plena libertad, volando en los aires y llenando la atmosfera con las notas garrulas de su algarabia. Ni habian pensado nunca que en un guayabo se aglomeran innumeras parvadas a comer frutos y a charlar amistosamente, en un lenguaje suyo, y a volar luego a una palma de coco de aceite a devorar coquillos verdes y suaves.
- ¡ Ah ! Los loros ! Miralos que verdes !

Cunde el movimiento entre los amigos de Juarez. Relucen nuevos rifles y algunas pistolas. La calle se llena de gente.
Los loros, esas esmeraldas aladas con engastes dorados, se acercan. Las miradas ansiosas se levantan. Las armas tambien...
- ¡ Señores ! - grito una voz firme y serena en medio de aquel bullicio... ¡ Esta prohibido tirar dentro de la poblacion !
El que tal cosa habia exclamado era un ranchero, vestido con su traje tipico de la epoca: chaqueta de gamuza con alamares y pantaloneras de lo mismo, abiertas, y con botonaduras de plata; botas de vaqueta y sombrero jarano.
- ¿ Que ?...
- Digo que esta prohibido tirar dentro de la poblacion. Hace unos cuantos dias un salinero recibio una bala de un cazador imprudente; y por tal motivo se dicto la disposicion.
En aquel instante la parvada de loros paso parloteando sobre la escena. Las armas se habian bajado.
- ¿ Quien es aqui la autoridad ? - interrogo Juarez desde la hamaca.
- Yo.
- Amigo, dijo el Presidente levantandose de su hamaca. Deme Ud. su mano. Es Ud. un buen Comisario; es Ud. un buen juez, que cumple con su deber. La ley sera respetada, hoy y siempre. ¿ Como se llama Ud. ?
- Ignacio Avalos, su servidor.
- Gracias. Cuente Ud. con la amistad y consideracion del Presidente de la Republica.







Lo que hay que ver...


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